12 ene 2012

MIRADO # 2

Lo tomaba por primera vez: amarillo, nuevecito, el borrador intacto, olía bien, muy bien. Era su primer lápiz Mirado # 2.

No tenía mucha punta pero escribía suavecito, con su trazo oscuro y suave se podían construir las grandes historias, de esas interesantes, emocionantes y felices que perduran con el tiempo.

Lo usaba a menudo, escribía relatos de bromas, de aventura, de amor, de intereses comúnes, de locuras, de conocimiento, de todo, y poco a poco aquel block de hojas blancas se fue llenando de líneas parejas y uniformes de texto. Era una lectura muy agradable, casi perfecta, sin embargo con el tiempo, aunque el olor agradable perduraba y seguían las historias, debajo de aquellas líneas empezaron a quedar los pequeños rastros del borrador. 

Había veces cuando la historia lo ameritaba en las que debía retroceder, borrar y reescribir, pero lástimosamente se volvió común. El lápiz se iba quedando sin punta, ya no escribía tan bien y poco a poco el intacto borrador fue perdiendo su forma, se iba haciendo pequeño y a su vez las historias se volvían cortas.

En un olvido, el lápiz se cayó y se quebró.

Lo miró tristemente, recuperó una pequeña parte, la limpió, le sacó punta y siguió escribiendo, pero era incómodo y los errores se notaban más. Pronto el borrador ya no servía igual, los errores no se podían ocultar sino que se tachaban, así que intentó seguir las historias sin tachones, sobre la marcha pero ya no eran tan bonitas.

Se fue cansando del lápiz, era muy pequeño, estaba maltrecho y ya no tenía borrador, lo miraba y sabía las bellas historias que había escrito, lo olía y seguía oliendo muy bien, pero ya no podía hacerlo igual, dolía escribir.

Había sido una gran herramienta, muy importante... no pudo evitar llorar amargamente el día que decidió que ya no podía escribir más.