6 dic 2014

HISTORIAS DE LA MALETA IV

Aunque había caminado varias horas sobre las dunas no se sentía cansada, en otra ciudad le habían dado el secreto del viajero para pernoctar gratis, pero después de la larga caminata no se sintió demasiado valiente o aventurera como para hacerlo, así que buscó un hostal y se quedó en el primero que vio, uno rojo brillante muy cerca al mar.

Eran las 7 pero el sol aún estaba alto, faltaría un poco más de tiempo para que oscureciera y aprovechó para recorrer ese rústico y pequeño pueblo abandonado en el último rincón del paraíso.

En su camino recordó que en todo el día sólo había comido un sandwish y buscó un restaurante, allí comió uno de los pescados más deliciosos que jamás había comido en su vida. En el aviso decía "wi-fi", era una gran oportunidad para contactar a su familia, pero cuando solicitó la clave el administrador le dijo: "Señorita, sólo tenemos Internet entre 9 y 9:30 pm que es cuando desconectamos el teléfono, ya ve, aquí no hay energía eléctrica y debemos escoger, si gusta vuelva más tarde"

Después de comer se dirigió al faro, nada de lo que había leído o lo que le habían contado la podía preparar para el espectáculo que iba a presenciar: justo detrás del faro, en el acantilado, habían cientos de lobos marinos. Algunos nadaban, otros descansaban, otros jugaban, hacían bulla y los tenía ahí, en completa libertad a tan solo 5 metros de distancia:


Pero aunque era hermoso eso no era lo más grandioso que le esperaba esa noche...

La temperatura empezó a descender y no estaba preparada, se estaba prácticamente congelando y el sol se estaba escondiendo en el horizonte, corrió al hostal a cambiarse, ponerse tenis, bufanda y saco. Mientras lo hacía vio como dos de sus compañeros de habitación, un par de Suizos, se colocaban doble chaqueta, el frío era fuerte incluso para ellos!! pero igual, debía volver al restaurante para dejar al menos un mensaje de "Hola, estoy bien y hasta mañana". 

Se armó de valor, se cerró el saco, la bufanda con dos vueltas, se puso la capucha y salió en busca del restaurante. Caminaba de prisa y medio acurrucada, venteaba muy frío!! En medio del camino cayó en la cuenta que no había alumbrado público y que aunque no llevaba linterna veía todo muy bien, era una luz grisacea, lo notó porque las casas tenían unos pequeños bombillos amarillos que se destacaban del gris que brillaba sobre la arena y las paredes.

Se detuvo, miró para arriba y su guía era la luna, espléndida, brillante, casi llena, acompañada por millones de estrellas que adornaban cada centímetro del cielo que estaba viendo y más allá de esa sensación de plenitud cada 2 segundos se atravesaba la luz del faro, imponente sobre la ciudad. Wooww!! Era casi como estar en una obra de arte, indescriptible.

Se quedó atónita... Es una noche que jamás olvidará.