10 sept 2016

MANDALAS

Todo empezó cuando jugaba aquel día con la hija de mi jefe, ella en medio de su emoción y energía me trajo su nuevo libro de dibujo. Me mostraba los elefantes, flores y múltiples figuras que tenía y me contaba qué le gustaba mucho. Acto seguido trajo sus crayolas y como toda una profesora me indicó qué pintar y en qué color.

Me sorprendí, los colores no cuadraban, no le gustaba mi técnica (puesto que no era la que ella usaba), me sentía oxidada y ups, también me salía de la raya, no sé cuantos años llevaba sin pintar o coger siquiera una crayola pero me sentía libre.

Los niños vienen a enseñarnos el placer de las pequeñas cosas y este era un placer olvidado que recordé y disfruté muchísimo, en medio de su juego me volví a sentir una niña y quise colorearlo todo: el papel, la vida y el alma.

Luego recibiría mi primer libro de mandalas y un juego nuevo de colores, de esos que soñaba con tener cuando era niña pero que mis padres en su momento no se lo podían permitir. Finalmente volví a pintar, a sentirme ansiosa y expectante por el siguiente color que usaría, a dejar volar la imaginación y confiar en mi subconsciente, traer un color nuevo y ponerlo a danzar con el anterior. De afuera hacia adentro para interiorizar y de adentro hacía fuera para soltar, con música o sin ella, sola o acompañada...

No lo voy a negar, cansa y la mano duele pero y qué importa! Así es la vida, el esfuerzo es tu mejor aliado para llegar a tu siguiente meta, por eso con la mano adolorida puedo decir "Terminé!" y disfrutar la maravillosa obra que hice para mi.

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