El arte no era su fuerte, lo había ejercido desde hace muy poco y aún le faltaba un poco de creatividad.
Entró a aquella pequeña gruta que la esperaba, la zona de trabajo era pequeña y algo incómoda, y como siempre no sabía muy bien por donde empezar.
Buscó colores, quería hacer arte nuevo aunque empezó por el viejo y conocido café. Se adentró en las frías profundidades para encontrar algo que le llamara la atención, se decidió por el amarillo, el verde y el rojo, una fórmula, de la cual no estaba muy segura pero que quiso intentar. Encontró el blanco y dijo para sí que podría ser una buena combinación.
Poco a poco lo fue mezclando, amarillo al fondo, verde por encima, rojo y blanco por aquí y allá, su obra de arte se iba complementando hasta que al fin se sintió satisfecha con el resultado.
Decidió comérsela y estaba deliciosa, su creatividad al fin daba frutos.
Es que una arepa con lechuga, tomate y queso, mezclados con mucho amor, pueden llegar a ser todo un arte.
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